Algún día
desvestiremos la catedral de la sangre
de su nombre de muerte,
desnudaremos de sus entrañas de antaño
el llorar inocente
del emir de pradera
y asta,
de los corceles ciegos que mueren
desgarrados y esparcidos
en los campos de batalla
de las guerras que dictan
el jolgorio y la tranca.
Algún día,
aquellos hermosos arcos
no acallarán más el mugir implorante
de la hermosura violada
y atravesada
por el frío acero
de la lobotomía del alma.
Podremos decir, tranquilos,
su nombre ,
cruzar sus puertas ,
vagar
por sus tendidos
sin sentir el peso de todas sus muertes
sin bañarnos por la sombra
de la infamia
y podremos mirar la puerta de toriles
sin ver pasar mas que el fantasma
de la vergüenza humana
difuminándose por siempre
porque un día tan claro cómo hoy
no seremos quinientos los que vengan
sino que vendrá toda España
a deciros
¡basta!