jueves, 10 de mayo de 2012

Las musas no deben ser tocadas

Lena Sotskova. Dream.

Hace casi 10 años
que eres
un horizonte inalcanzable,
meta latente
que no quiebro,
esperanza de la carne,
el beso perdido
en las vicisitudes del tiempo

Tus ojos de nostalgia añadida
hicieron de poesía el verbo,
cuando el cuerpo aún crecía,
cuando el pecho
aún no reconocía
el recuerdo

Tú no sabes
todo lo que obró un silencio

Todos los dictámenes
de tu imagen
aún vibran en esta lengua
llamada tu nombre
en esta lengua
que es la única que hablo,
la lengua materna de mi piel

Y ahora te veo
y ya no sé quién eres
pero te sigo

y te sigo porque
tú me sigues a veces
porque siempre estamos
a punto
de alcanzarnos

pero
nunca
me alcances

no quiero perderte
a ti también

martes, 1 de mayo de 2012

Como la vida misma


Aquel día estaba terriblemente jodida. 
Tenía el cuerpo como si lo hubiesen apaleado cuarenta neonazis. Había sido yo sola
contra la dura soledad de las discotecas.
No sé cómo
y, mucho menos, por qué,
pero pude escapar de la sentencia cruel de mi propia locura.

Aquella noche casi me reviento la cabeza, la cadera, la dignidad...
Podría haber muerto pero como tantas otras noches que me he buscado la muerte con esmero,
aquello no sucedió.

¿Soy inmortal? Oh sí, mi yo delirante y ególatra tampoco había muerto.

Volvía a casa,
llovía,
no llevaba abrigo
tampoco paraguas,
me sentía un tanto enajenada por el lagrimear de esta primavera maldita.

Mi caminar era lento, casi implorante.
La gente me miraba al pasar extrañada.
Qué coño miran -pensaba.
No recordaba
lo hermosa que soy cuando nadie me entiende.

Vagueé durante unas horas,
necesitaba refrescar mi cuerpo con el último hálito que dejaba el invierno.

Llegué a casa, mis siete gatos me recibieron en alborotados silencios
y me senté para escribir esto.

Entonces tocaron al timbre,
me levanté cabreada y abrí la puerta sin preguntar quién era,
(si no había
muerto aquella noche, tampoco moriría por una pequeña imprudencia).

No había peligro.

Eran unas dulces y cándidas testigos de Jehová.

Me enseñaron un papel y me hicieron elegir cuál era la pregunta que menos me interesaba de todas.
Y yo elegí una que decía; "¿Cómo se reza a Dios?"

 Ellas me miraron consternadas y acto seguido me hablaron de Dios y de la salvación...

Tal vez sí había peligro.

Las despaché educadamente y quedamos en que volverían para salvar mi alma en otro momento.
Era obvio, en aquel momento estaba demasiado ocupada reescribiendo los capítulos de mi noche anterior.

¿Es que ya nadie respeta la jornada laboral de una mala poetisa en decadencia?

Después me senté y pensé "¿Y si para esto me ha salvado la deidad suprema (si la hay)?"

Y esa es la historia de cuando me hice testigo de Jehová

por un momento.